domingo, 18 de septiembre de 2011

II.- SONIDO ENTERRADO


La rosa. Y tú me dices

que dialogar no es fácil,

que se quiebran

los cristales raídos

del aliento, cuando

la línea curva

es la más corta

entre dos puntos que nunca

han existido.

Silencio. Se alimentan

los libros con pastillas

de un cielo diminuto.

Oye: tu voz apenas me regala

un coloquial regazo

de aceituna.

Una voraz pirámide de lirios

para correr despacio

hacia ese tiempo

en que la sal se muere,

en que está triste

el maltratado arroz

de tus pestañas.

A veces, las mejillas marmolean

como el abeto triste

de otro invierno.


El hombre de metal llamó

a mi puerta.

Botellas de licor

tan boca abajo,

que ya no sé si el tiempo

o bien esta bufanda

que nunca me había puesto.

Los dientes del reloj

tabletearon

contra el raíl opaco

de los timbres.

Si quiero estar ausente

me siento en este sitio

dejado por su aliento

al lado de las piedras

que cultivo.

Si me escuchas ahora

que la nieve es acero

y las lámparas mugen

con caricias de óxido,

te diré que estoy triste

como aquel calendario

que perdía los años

por un roto bolsillo.


Desconozco ese perro que te habita los ojos

y la tela de llanto que te pones los jueves.

Me crucé con tu risa sosteniendo la mano

de un periódico pobre con olor a camisa.

Nunca estuve tan cerca de los muertos de entonces

como el día en que dijiste que teníais veinte años.

Mañana es esta flor

que no conozco,

que me lava las manos

y se enciende.

Ahora es tan después

como esa lluvia

que guardo en la carpeta

y me consuela.


Y desde aquel recuerdo

que te sirvió de esquina,

regresa a tus cabellos

la costumbre

de hacer sonidos leves

en mis dedos.

Tus ojos eran islas

con palmeras

que se han marchado lejos

de la lluvia.

que convirtió tu miedo

en una herida.

Maduraban en tu piel

los barcos tristes,

las hojas de un encuentro

entre granitos.

La tierra hasta los labios,

las tormentas

y el tacto de un guijarro

en las entrañas.

Estabas componiendo tus defensas

con restos de una huida:

tu llanto tiene ahora

muchos nombres.

Tenías un jardín en el cerebro.

Pero has corrido tanto

sin poder abrir los ojos,

que tus puertas

están enmohecidas.

Y ahora sólo piedras

resuenan

en tu sueño.

Regresas de la noche como de un lago en calma

y tu cabello lúgubre acentúa las horas.

Me he perdido en las calles que conservan tu nombre

respirando la seda como un aire de enero.

Como un viento de entonces, cuando hacíamos las hojas

y poníamos escarpias en mitad del espejo.

Ya no escucho tus pasos, pero suenan tus ojos

como en una cascada de violetas con luna.

Un banquete de rocas me mantiene alejado

de rosales y ortigas, de papeles con fecha.

Los muertos nunca duermen

y los árboles

tienen recuerdos tristes

cuando ha quedado abierta

en la noche

una ventana.

Y tú me miras más

cuando no estoy

y la mañana toda huele

a naftalina.

Quizá no estaba escrito

que mi entierro

resultara puntual

y geométrico

como un salto mortal

nunca ensayado.

Fue un masdificiltodavía

con desayuno para dos

y huesos de cereza

en las pupilas.

A veces tienes manos en los ojos

y vas reconstruyéndome por dentro

como si un recuerdo tuyo se vengara

de estar entre papeles tanto tiempo.

A veces los ladrillos son más dulces

que estar casi enterrados en la arena

mientras nace al horizonte una montaña.

La tarde se despide de tus ojos

como una mano muerta

en las entrañas.

Los ríos más recientes de la piel

se multiplican

y nos quedan mirando

igual que perros,

igual que aquellos árboles

de pasta

que no podíamos comer

de tan calientes.

Los años son papel para una hoguera,

para una señal tenue

del cansancio,

nuestra más clara noticia

de estar vivos

Recuerdo que tu voz era una fiesta

de pájaros galopes tan de cerca.

Porque no llegan trenes a este año

en que me voy despacio como un río.


La muerte es un rincón

de este silencio

que estamos habitando

como a medias.

Y se nos queda chico

hasta el aliento,

hasta las venas altas

de las vigas.

Entre tu voz y el aire

hay una sima

que el tiempo va llenando

de guijarros.

Para tu ojo es todo

tan sencillo

como tocar el cielo

con los dedos.

A veces eras triste como un roble

que llega dando saltos

a la noche.

Ya las tapias torcidas

no descansan

cuando se apaga el vino

y los harapos,

cuando lo hogaza enciende

sus costillas,

y nos sentamos juntos

a miramos.

Contemplas esa calle

por donde va tu sombra

cargada con los libros

que esperas, algún día,

haber leído.

Te sientas en el hueco

de la nube,

y ves pasar, rodando,

los relojes.

Encontré desvanecidas las palabras.

Quise ofrecerles pan, palmadas

en el hombro. No pude conseguir

otros sonidos que los de mi respiración

bajando, sin cesar, esta escalera.

Me hicieron así los espinos

y el aire encerrado

en botellas de alambre.

Las colinas estiran los brazos

y esconden el rostro

en el pecho del viento.

No enciendas el sol todavía.

No pises las hojas que llegan

pisando recortes de tarde.

El piano tenía arrugas

en la frente.

Pensé que estaba triste

porque el viento

hacia ruido en los jarrones.

Se fueron durmiendo las ventanas

y pude sentarme a escuchar

aquel silencio

con que los dos nos entendíamos.

No sé por qué llorar es casi humano,

como un poema triste entre dos luces.

A veces no nos miran las fachadas

Y nos crece el temor de haber pasado

de largo ante la puerta

que nos llama.

No estabas en la calle

cuando el viento

dejó tu nombre atado

en las cortinas.

El tiempo es un estado

de esperanza

que nos brota sin rumbo

de las uñas.


Lugares para no estar.

Para no tener recuerdos

de una luz alucinada,

de un melancólico tacto.

En el patio está sentada

la muerte, echando pan

a un reloj domesticado

que sabe mover los dedos.

El alba nace toda de repente

en este curvo dardo

de tu brazo.

Cuando el balcón te llama

y nadie tiene

la llave para entrar

en los incendios.

Ya sé que estás aquí

porque te has ido,

porque el aliento triste

de los vasos

retiene aquella historia,

con una mariposa de cien alas,

que por entonces

solíamos contamos.

No puedo recordarte de otro modo

si no es desde aquel retrato

clavado con alfileres a una viga

para poder miramos las espaldas.


Como dentro del aire,

como dentro

de aquella piel cansada

que las piedras

se ponen un momento

para verse.

Como pisando lluvia

y agitando

un cántaro de voz

que nunca lleno.

Así me buscan horas

y cansancios

para tocarme dentro

de los ojos.

Devuélveme la noche.

No me dejes

sentado en este sol

de tanto días.

Se me han pasado todos

los arroyos

y tengo en cada ojo

una pisada.

De ortiga adormecida

son tus ojos,

como el silencio blanco

de estar muerto.

Como la espuma aleve

de un pasado

que asoma en el bolsillo

y nos invita

a todos los descansos.

Pentagrama

para dormir despacio

el mediodía.


Inmensamente piel, tanta batalla

regresa mis pisadas

al espacio

en que vacilan lámparas.

Los labios de aquel día

se quedan como huéspedes

del vaso.

Como rincones de agua

para mirar el puente

que se aleja.

De miedo y de nostalgia,

como si el tiempo fuera

nuestro amigo.

Como una tempestad

en las toallas,

y el barco que nos trae

el desayuno

estaba dando pan

a las hormigas.


Arroja las preguntas

y prepara

aquel licor amargo de los pasos

para subir peldaños

de una huida.

Para poder hacemos un retrato

sin demasiado ocre

en las mejillas.

Se confabula el sueño

y estar triste

es don que se concede

a los humanos.

Cuando despierta el tren

ya hemos partido

llevándonos el sol

de las cortinas.

Tu agilidad de lámpara

en ayunas

se despide de mí

como una fuga,

como la mano novia

de los barcos

sigue diciendo adiós

cuando es la noche

y hasta las acuarelas

tienen hambre.

Arrugas de cristal, dedos de lumbre

para la piel estable de diciembre.

Porque castillos vengan a tu fiesta,

porque la paz es árbol de otros años

y un día es una sombra navegable

con fechas ya borradas por los labios.

Como una seña líquida dejada

por los moluscos negros

de los besos.

Como del vino estoy

cuidando ausencias

para no dar motivo

a esta tristeza.

Porque nacían árboles,

de pronto,

y no teníamos manos suficientes

para doblar la esquina

de estar solos.

El mar siempre regresa

de la noche,

y tiene los ojos

enturbiados

por la espera

La habitación callada

y nuestras manos

en penumbra.

Nuestros dientes, en lugar

de las respuestas.

En el lugar que antes

ocupaban las palabras,

hemos puesto a calentar

este silencio.

El tiempo tiene ojeras

y puede convertirse en

árbol paralelo

a los raíles tristes

de la niebla

cuando se queda ciega

sobre el río.


Cataratan las algas un disparo.

Estamos. Y los muertos

no vienen a cenar.

Campanas no sugieren

este instante.

Tu falda es una mesa

con rincones

para esconder las manos

desde lejos.

Porque no sé muy bien

si he venido mañana

en el tren derretido

de sabor a rosales.

En las nubes rampantes

que simulan praderas,

he traído estas manos

como único objeto

para hacer que regresen

a tus ojos calandrias.


Un cielo de rodillas. Una lámpara

quebrada por el hambre

de ser día.

Debajo de los montes

crecía la mañana

y llegaban las piedras

como si de alaridos

o de tantos regresos

estuviéramos solos.

La lluvia te recuerda

como un sonido gris

de caracolas.

Como un fuego en las manos

que no quema

porque ha venido solo

de la noche.

Por este grito mío

que no existe

o una forma de sexo

para el aire.

Porque los platos llenos

tienen hambre

y el miedo se supone

en cada niño.

Te esperaré en voz alta.

Casi siempre

llegaba retrasado

a los recuerdos.

Por si la muerte viene

y no estoy triste

o los zapatos sueñan

boca arriba.

Para ensayar despacio

este silencio

que silabean cáscaras

de labio,

me pongo a descansar

a toda prisa

de los minutos anchos

como espejos.

Mano que a veces llora,

que respira

con una voz lejana de ajimeces.

Cuando destellan sábanas,

y zuecos

preguntan presurosos

desde dentro.

Un túnel de hojas secas

y de ruidos

me sirve de palabra

en este paso

Porque ahora te alimentas

de silencio,

y te llegan las arrugas

hasta el blanco

de los ojos.

Comprendo que la edad

es una historia

que nos llena las manos

de papeles.

Quisiera construirte para mía,

como el olor lustral

del desayuno.

Como la piel delgada

de un abrazo

que nos ponemos siempre

antes de irnos.

Sentados en la lluvia.

Como rodando el sol

hasta los límites

del pozo.

Tenemos unas manos puntuales

para estudiar despacio

aquella historia

radicada en nosotros

desde siglos.


No quiero ser despacio

ni estar lejos

cuando balcones blancos

de la ronda

nos dejen en las manos

este grito

que se nos llena ahora

de otras aguas

venidas a dormir

en nuestra duda.

Cansancio. Despertar. Estar tendido

bajo las blancas, blancas, blancas sienes

que construyó la noche alquitarada.

Como si el vino fuera una piel nueva

que nos ponemos dentro para vemos.

Estuve en ti, y redondo

como un verso

se me quedó este gusto

de estar solo.

Yo siempre anduve lejos,

pero ahora

que te entrego la palabra,

me quedan en los ojos

esas manchas

como de no haber tenido

nunca sueño.

Las rosas vuelan bajas

este otoño,

y los paraguas trágicos

esbozan

un gesto de cansancio.

Porque la lluvia mueve

dedos lánguidos

o espaldas de guitarra

que reflejan

otros días.

Estoy en aquel barco que regresa

por un arenal de calendario,

por una pasarela de granito

como dando a entender que no es la hora.

Debajo de las copas apagadas

se queda este mensaje novelado

para que no tengas dudas y recuerdes

que nunca fuimos eso que hemos sido.

Me quedo así, de luz, como la tarde

que llega dando saltos y se asoma

al ojo mirador. Como el sonido

que nace diminuto y se amamanta

en todas las esquinas cariciables.

A veces muero pronto o me despierto

cuando apenas el sueño toca el timbre.

Para encontrar el puente necesito

haber conferenciado con los árboles.

Estuve ausente de ti

por tanto tiempo

que hasta los ojos

se me fueron volviendo

largos

como abrazos.

Sonaba una palabra.

Volví a pensar que el tiempo

es un regazo

donde encontrar unidos

los silencios

de todas nuestras muertes.

De tanto ver el mar

en tus mejillas,

ya no sé... pero es posible

que el agua corra sola

hacia mis manos.

Esto de ti que tengo

como mío,

no es más que lo que tuve

cuando nunca

todavía.

Volverán a crecer los dinosaurios

y tendremos un tiempo

dilatado

para doblar la pagina

del campo

hasta nuestras mejillas

de mañana.

Entonces aún no éramos pequeños

como ahora

que tenemos muchas manos

y podemos escuchamos

por un tiempo ilimitado,

equivalente

a lo que eran

eternidades resumidas.

Como si tu voz no fuera de otros días

y un carro te llevara muy despacio

hacia la muerte blanca de los tilos,

hacia las fuentes aún no descubiertas.

Pregúntame por ti, cuando los labios

no tengan otras dudas que la mínima

cotización del beso. Cuando todas

las mañanas se pueden colocar

en el estante, y desandar el tacto

hasta el límite exactísimo de nunca.

La noche es un cadáver ambulante.

Por eso estamos tristes

cuando el párpado añil

de la ventana

nos llena de recuerdos

anteriores a la infancia.

Porque también se mueren

las estampas,

o aquel mordisco tierno

de la lluvia

conservado quizá

dentro de un libro.

En el almiar borrado,

las palomas,

como dedos de lumbre

repitiendo aquel número

en sus múltiples caras.

Lentamente. Como el mar

entre los árboles,

como los dedos blandos

en la arena,

por donde van algunos

de los días

que más hemos querido

Colección de autores salmantinos


EDICIONES

Diputación de Salamanca

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